Avui és Sant Jordi


Domingo, Abril 23, 2023

Avui és el meu sant, Sant Jordi, i també un dels dies més esperats del calendari any rere any. Veure les parades de flors al carrer, els llibres, els mitjans informant de tot lo que passa, la cursa al més pur estil de MotoGP dels escriptors per veure qui és el més venut de la jornada en un dia de màxima expressió catalana, de cultura, de bon rotllo, de companyonia i d’orgull patri, fins i tot en aquells que no se’n senten i que per un dia veuen en la diada un exemple de comportament comú.

I així ha estat per més de cinquanta anys..., però ja no, o com a mínim, ja no tant.

Aviat farà divuit anys que sóc a fora, vivint a un altre país a on tot això no els importa una mé, bé, de fet gairebé res no importa una mé en aquest punt remot perdut a l’oceà, i per això fa una pila d’anys que no veig paradetes de llibres, ni escriptors, ni roses al carrer. El temps s'ha menjat fins i tot aquella il·lusió que tenia de ser un d’ells algun dia, de veure’m estrenant un llibre de la meva autoria i presentant-lo en un Sant Jordi gloriós. 

Avui rebré (perquè sóc molt afortunat) dotzenes de missatges i trucades des de l’altre banda del mar, d’amics i familiars que se’n recorden invariablement del dia d’avui empentats per la sort dels Joans, els Jordis i els Joseps (i les Joanes, les Jorgines i les Josepes, és clar) de tenir un nom viral abans que aquesta conya marinera de la viralitat fos un virus. I em sentiré realment feliç alhora que trist per no ser-hi allà.

Però reconec que el passat mes d’octubre de 2017 alguna cosa es va trencar en la meva pertinença al país, en el meu sentiment d’orgull patri, i tot i que estimo la terra com ho fa qualsevol immigrant, no puc deixar de reconèixer que cada cop se’m fa més coll amunt repetir les tradicions i sentir-les amb emoció. 

En tots aquests anys no he deixat, ni penso fer-ho mentre pugui, de comprar la rosa i portar-li a la Luz en un dia que la florista, només en veure’m entrar a la botiga aquest únic cop l’any, ja em fa el recompte de quants empleats del Catalonia (la cadena hotelera amb la que ens confonen als catalans a Punta Cana) han passat abans que jo per repetir tradició. Són tan bons que fins i tot han trobat un herbot que simula una espiga prou dignament. 

Avui és Sant Jordi, i ens hem de sentir prou orgullosos. Avui agafaré la senyera que guardo amb cura i la penjaré a la palmera de la porta de casa. Rebré amb il·lusió cada missatge i cada trucada, i miraré les noticies per veure com està la Rambla i qui és l’escriptor més venut amb l’esperança que sigui un amic o un autor de l’agència de la Sandra Bruna. Me’n recordaré de l’Albert Salvadó, desitjaré que els llibreters, en especial l'Àngels, facin la caixa de tot l’any i fins i tot desitjaré amb totes les meves forces que la gent llegeixi algun dels llibres que ha comprat i torni a passar per les llibreries d'aqui unes setmanes. Avui faré veure que m’emociona un dia que, a força de perdre-me’l presencialment, també ha anat perdent força al meu cor.

Visca Sant Jordi, visca la terra i moltes felicitats a tots.



24 de febrero


Jueves, Febrero 24, 2022

Llueve, y el césped del patio está cubierto de hojas amarillas que asemejan pequeñas flores recostadas en un lecho verdoso y húmedo. Los que amamos las letras de García Márquez sabemos que así es como se presenta la muerte. 

Hoy me recuerda mi hermana que nuestra madre habría cumplido 78 años si 28 años atrás no se la hubiera llevado un cáncer cabrón. Hoy, que a un loco maldito se le ha ocurrido apretar el botón de la muerte ajena por engrandecer el ego de sus bolsillos, hoy, que hablaba con un amigo y me explicaba que no ve razón para seguir después de que su esposa, tras treinta y cinco años juntos, también hubiera muerto. Hoy, que nuestro patio ha amanecido cubierto de hojas amarillas, es 24 de febrero.

Toda medida requiere de otra para comparar su magnitud, y si ponemos nuestro tiempo en la balanza infinita apenas no somos ni un pedacito de la te del tic-tac del reloj cósmico, pero si transmutamos veintiocho años a una vida humana es, como poco, un tercio. Mi madre murió con cincuenta años, apenas un par menos de los que tengo yo y casi los que va a cumplir mi querida hermana, y son tantas las cosas que nos quedan por hacer a esta edad que no imagino cómo ha de ser el dejar nuestro tintero con la pluma cargada y el bote a la mitad para escribir todas las historias que aún nos faltan por vivir. Veintiocho años en los que no ha conocido a sus nietos, ni a sus nueras, ni a sus yernos, que no pudo seguir luciendo el palmito ni adornar su permanente teñida con aquella pamela de verano de cuando salía a la playa, armada con un pareo y una toalla, o a vernos jugar a fútbol contra equipos de niños de otros campings.

Todos hemos rehecho nuestras vidas, todos menos ella, claro, que quizá nos observe desde algún punto cuántico y sonría al ver cómo nos van las cosas. Es probable que desde allí nos eche una mano, por qué si no, ¿cómo es posible que tengamos tanta suerte en la vida? No lo sé, es imposible saber estas cosas pero alienta, como a los creyente su fe, pensar que el pozo negro de la muerte no es el único sentido de la vida y que quizá el más allá esté formado de gradas gigantes, como en un campo de fútbol monstruoso, desde el que las personas muertas vean cómo les va a aquellos a los que dejaron su legado. Una especie de mundo de Coco pero sin tantas escaleras ni luces de neón.

Recuerdo, de muy niño, quizá en las primeras memorias que retengo de mi infancia, que un día andaba con mi madre por el paseo marítimo (después supe que de Vilanova y la Geltrú), y pasó un tipo en un coche, paró a su lado y le dijo una barbaridad. Yo, que no tendría todavía los tres años, me asusté mucho porque un hombre, que no era mi padre, le dijera aquellas cosas a mi madre. Ella le restó importancia, acostumbrada como estaba a vivir en un mundo machista del que sólo escapó casándose con dieciocho años recién cumplidos, y seguimos para casa. Aún hoy, cuando veo a alguien que detiene su vehículo para comportarse con una mujer como una bestia en una plaza de toros (bestias todos menos el animal, por supuesto) me avergüenzo, me asusto y me enciendo como aquel día.

Me cuesta recordar a mi madre. He de parar a pensar y rememorar fotografías que hoy descansan en la nube recuperadas al tiempo por un escáner. La veo casi siempre sonreír y me pregunto si fue feliz. Si toda su niñez, envuelta en aquella miseria de una Andalucía postguerra, no la hirió en la esperanza de la felicidad. Quiero pensar que no, que por ratos fue feliz, y que el tiempo que pasó con mi padre, así como el hecho de tenernos a mi hermana y a mí, más allá de penalizar una economía nunca boyante, la hicieron sentir esa felicidad que da la sensación de estar haciéndolo bien. 

Ella, que nunca estiraba el más el brazo que la manga, que fue criada en la ortodoxia del sacrificio, que era capaz de caminar toda Terrassa para ahorrar un duro en un kilo de lo que fuera que estuviera más barato al otro lado de la ciudad, no sé si tuvo tiempo de vivir su vida.

Me asusta pensar que no. Me asusta pensar en las vidas que no se viven.

Descansa, mama querida, dónde sea que estés mirándonos desde la eternidad y gracias, gracias por darnos la vida y por enseñarnos a vivirla.

Te quiero.

Esqravos


Sábado, Diciembre 25, 2021

No soy nadie, de hecho ninguno de nosotros somos nadie, o por lo menos eso es lo que he comprendido tras algunos días de vivir en lo que dicen es el primer mundo.

Y cuando digo que no soy nadie quiero decir que no soy lo suficientemente humano para llegar a ser nadie.

Antes, quizá en otra época que ha quedado grabada en mi memoria como cierta, las personas íbamos a los lugares y se nos reconocía por las formas, el rostro, el tamaño de la cabeza, la ropa que vestíamos o los idiomas que hablábamos. De esa forma nuestros interlocutores, camareros, policías, funcionarios, dependientes, otros seres humanos como nosotros, sabían que todos pertenecíamos a la misma especie y se nos abrían las puertas de la interacción con ellos. 

Antes, quizá en esa época que creo recordar que existió, ibas a un bar, una tienda, un aeropuerto, una casa, y la persona que te recibía reconocía en ti un ser humano con potestad para ser tratado como algo vivo, algo por encima de una mascota o una caja de cartón.

Antes, quizá en esa otra época que dudo que existiera, cuando alguien te preguntaba algo respondías. A veces con la voz, otras con una sonrisa o una mueca, y algunas con la indiferencia, que no deja de ser una respuesta tan válida como cualquier otra.

Pero ahora no. 

En esta época que espero no recordar y que sí es real, nada de eso tiene valor.

Ahora, lo que nos identifica como seres vivos conscientes no es ni estar vivos ni ser conscientes, sino el hecho de presentar en la pantalla de nuestros celulares (mucho más inteligentes que nosotros) una amalgama de puntos, rayas y cuadrados negros sobre un fondo blanco algo que llaman código QR. 

Ahora, si vas a un bar, una tienda, un aeropuerto o una casa lo que hace saber a la otra parte si eres digno o no de ser considerado hábil para acceder es que tu teléfono móvil disponga de ese código, y lo más importante, que el mismo teléfono inteligente de la contraparte sea capaz de leerlo

No sirve ya una sonrisa, una palabra, una explicación o una anécdota. A nadie le interesa nada de eso. Ahora, si no tienes un QR que diga quién eres, sencillamente NO ERES.

La verdad, no tengo nada en contra de este nuevo sistema de reconocimiento entre humanos. Casi diría que me siento cómodo en esa bruma incierta, pero me jode profundamente que el invento haya dejado en la cuneta de la no existencia a más de la mitad de la población mundial. No hace falta más que ir a un aeropuerto y ver la fila de personas, casi todas mayores, pidiendo ayuda para rellenar los datos necesarios para conseguir ese QR que los convierta de nuevo en seres humanos. Personas que han hecho su vida, que se han desenvuelto en mil y una circunstancias, que han tenido que ahorrar o ingeniárselas como fuera para sacar sus familias adelante, sus vidas, y que ahora han sido condenados a la desaparición por un maldito teléfono inteligente (¡ja!) que los ha convertido a ellos en analfabetos.

¿Cómo podemos permitir algo así?

¿Quién ha sido el malparido que ha mandado a toda esta gente al más absoluto ostracismo?  

Por favor, si alguien lo sabe, que me envíe un código QR con sus datos.

Los diez puntos de dirección de Ted Lasso, el anti jefe


Lunes, Septiembre 27, 2021

Estos días he tenido la suerte de ver una serie en televisión: Ted Lasso. Vaya por delante que no soy capaz de seguir una serie dramática más allá de los dos o tres primeros capítulos (con suerte) porque cualquier historia, por buena que sea, acaba estirándose como un chicle y convirtiéndose en eso, en una serie de televisión, o como le decíamos antes, en un culebrón.

La trama en este caso es sencilla, un equipo de fútbol de la Premier Ligue que contrata a un entrenador de fútbol americano como máximo responsable del área técnica. Es decir, contratan a un director que no tiene ni la más remota idea del deporte en el que va a competir, o dicho de otro modo, contratan a un directivo que jamás en su vida ha trabajado en la rama a la que se va a dedicar.

Sin embargo, y tras los primeros ridículos públicos fruto de su desconocimiento, el coach Lasso comienza a presentar los cimientos en los que se basa su método de dirección, y que voy a intentar resumir en 10 puntos:

1. No basar el éxito en los resultados.
El coach Lasso dice, en su primera rueda de prensa ante todos los medios locales y nacionales, que no mide el éxito en el resultado de los partidos, de hecho reconoce que no le importa si ganan o pierden. Para Ted Lasso el éxito consiste en sacar lo mejor de cada jugador de su equipo. 

2. Asumir la presión del equipo y protegerlo de las injerencias externas.
Con una sonrisa acoge todas las críticas sobre el equipo, sobre los resultados, sobre los jugadores, sobre los otros técnicos,… El coach Lasso ejerce de paraguas sobre la plantilla para que cada miembro se dedique únicamente a la tarea que le ha sido encomendada sin tener que preocuparse por agentes externos.

3. Solucionar las pequeñas cosas que incomodan al equipo.
Tras una pequeña encuesta, detecta que existen pequeñas cosas (la presión del agua de las duchas, la comida de las máquinas expendedoras, la temperatura del aire acondicionado, etc.), que no ayudan a la comodidad de los integrantes del equipo. Ridiculeces a las que no se les da importancia y que con muy poco esfuerzo hacen que la vida de un equipo de trabajo sea más cómoda.

4. Encontrar el talento oculto.
Reconociendo desde el primer segundo su ignorancia sobre el fútbol, escucha y tiene la habilidad de descubrir el talento que se esconde en los miembros del equipo, así como de premiarlo públicamente sin otorgarse sus méritos. ¿Cuántos directores no escuchan pensando que lo saben todo, o peor aún, cuántos directivos no se adjudican las ideas de otros? ¿Y cuántos de estos directivos triunfan?, así es, a la larga, ninguno.

5. Encontrar el líder, o líderes, entre los miembros del equipo.
Es importante comprender que un equipo está hecho de pequeños equipos, y una de las funciones más importantes de un líder debe de ser encontrar a las personas adecuadas para liderar esos grupos menores y transmitir la idea del director en cascada sobre los demás. ¿Quién puede ejercer mejor ejemplo en una plantilla que un miembro consolidado y respetado en esa misma plantilla?

6. Detectar a las personas tóxicas.
De igual manera que en cualquier grupo humano hay talento escondido, también existen personas que frenan los proyectos. El coach Lasso lo tiene claro y no le tiembla la mano para descartar a esas personas una vez está seguro de que ha hecho todo lo posible por apoyarlas e incluirlas en el proyecto. 

7. Dar importancia a los avances conseguidos.
El animal favorito del coach Lasso es el Golden Fish porque es el animal con la memoria más corta del planeta. Esa es la importancia que le da a los fracasos ante su plantilla, el olvido inmediato. Por supuesto, él sí analiza las razones del fracaso, o de las derrotas, pero no transmite ansiedad o preocupación por ellas. Todo lo contrario, el foco de la importancia lo pone únicamente en los éxitos, que celebra y ensalza dando el mérito a todo el mundo en lugar de atribuírselos él.

8. Escuchar las ideas del equipo.
Cuando un líder reconoce que no sabe de algo, inmediatamente da pie a dos cosas, desconfianza y la debilidad. Sin embargo, el coach Lasso revierte esa situación dejando que el equipo aporte sus ideas sobre las cuestiones importantes, los escucha y respeta todas las opiniones de cualquier miembro de la plantilla por bajo que sea su estatus dentro de la misma.

9. Tomar las decisiones que cree convenientes y explicarlas si han de generar controversia.
Un líder también debe ejercer como tal pues es la persona encargada de tomar las decisiones. El hecho de consultarlas, de escuchar, de entender las posturas de los demás no significa que no deba tomar las decisiones según su criterio. Eso debe hacer un buen líder, pero además ha de saber que si quiere que su equipo le siga ha de respetarlo y explicar el motivo por el que ha tomado alguna decisión que sabe que ha causado, o causará, controversia o rechazo. Sólo desde la confianza se genera confianza.

10. Solucionar facetas personales en bien del objetivo común.
Es imposible que una persona con problemas serios personales se pueda concentrar en su trabajo. El coach Lasso lo sabe e intenta facilitar las cosas a su equipo en estas circunstancias. No se inmiscuye ni ejerce de hada madrina, pero actúa con comprensión y generosidad para que los miembros de su plantilla puedan solucionar algunas facetas personales y centrarse en su labor profesional.

Estos son los diez puntos que destacaría de la serie llevada a la dirección empresarial. Un liderazgo basado en el respeto y no en los resultados, en la confianza, en el compañerismo, incluso en la candidez pues, como el propio coach Lasso, yo también pienso que es mejor dejarse engañar alguna vez por un empleado listillo que tratar a todos como si fueran delincuentes.

Creo honestamente que el único liderazgo válido es aquel que es sostenible en el tiempo, y en mi opinión eso sólo puede conseguirse desde el respeto y confianza mutuos. 

Sin embargo, yo añadiría un punto más a este decálogo del anti jefe,

11. Exigencia.
El éxito puede no basarse en los resultados, cierto, pero sólo en una serie de televisión. De hecho, el equipo de Ted Lasso pierde la categoría y baja a segunda división, lo que en la vida real, donde el éxito sí se mide en un porcentaje importante por los logros conseguidos, el protagonista de la serie habría sido despedido al instante. Lo mismo ocurre en cualquier empresa, si en una compañía toda la plantilla es extremadamente feliz pero no ganan un euro, ésa no es una empresa sana ni sostenible. Por eso creo que al decálogo de Ted Lasso le falta un punto de exigencia y competitividad.

Pero dicho esto, también creo que en un mundo como el actual, donde cada año se ha de ganar la liga, la Champions, los niños han de hacer cincuenta tareas extraescolares, las empresas han de vender un treinta por ciento más que el año pasado, más que la competencia, donde los beneficios han de crecer un cuarenta por ciento en cada trimestre, las acciones deben subir, las plantillas deben rebajarse, la tensión y la presión han de incrementarse sin límite ni pudor, los precios deben aumentarse y todo ha de ser más, y más, y mucho más, el ejemplo de dirección que nos ofrece Ted Lasso es maravilloso. 

Por supuesto es evidente que el éxito sí debe medirse según los resultados, pero en qué porcentaje. ¿No sería acaso también un éxito dirigir una empresa que fuera rentable y que al mismo tiempo sus empleados, clientes y proveedores, fueran tratados con respeto? ¿No sería un éxito que esa empresa sacrificara un porcentaje de unos posibles beneficios a corto plazo en pos de conseguir esa estabilidad?

Una de las primeras cosas que hace el coach Ted Lasso al entrar en el vestuario que ha de dirigir es pegar un cartel con la palabra BELIEVE!, ¡cree!, algo que siempre intenté cuando tuve la responsabilidad de dirigir un equipo humano, creer en ellos, y por eso me he hecho fan absoluto de Ted Lasso. Quizá de la serie no tanto…, la verdad, pero ver la forma en que este personaje de ficción aborda la dirección de su equipo me ha encantado y me ha hecho desear profundamente que el mundo estuviera dirigido por muchos Ted Lassos.


Gracias, República Dominicana


Domingo, Febrero 28, 2021

Ayer tuve el placer de ir a cenar con un grupo de amigos a los que hacía algunos meses que no veía, mitad por la pandemia, mitad por mi falta de tacto social, y durante la tertulia, en la que nos reímos y comentamos mil historietas, salió el tema de lo que suponía para nosotros vivir en República Dominicana. Casi siempre, cuando sale a colación la dominicanidad entre los extranjeros que vivimos aquí, tendemos a resaltar más las carencias que las virtudes. Supongo que quizá se deba en parte al síndrome del emigrante que recuerda la tierra propia como el paraíso en comparación a la de acogida, pero como sea, en esa charla uno de los colegas dijo estar muy agradecido a este país porque aquí había conseguido la mayoría de sus sueños. Fue tan así que nos explicó que había hecho una lista de sueños conseguidos en República Dominicana y que jamás, pero jamás de los jamases, habría podido ni imaginar en su España natal.

La idea me pareció tan buena que no quiero dejar pasar el día grande de este país, el día de su independencia (sic) para hacer mi lista de sueños cumplidos en República Domincana. Aquí va:

- Ser padre. Mis dos hijos son dominicanos de puro gen.

- Traer a nuestros padres y que pudieran vivir la experiencia de ser huéspedes de lujo en un resort cinco estrellas.

- Que nuestros padres, el de mi compañera y el mío, se conocieran por fin.

- Tener un barco.

- Vivir en una casa de película.

- Viajar a los Estados Unidos como si fuera el patio trasero de casa.

- Pilotar una avioneta.

- Conducir (o como se diga) un catamáran por el mar Caribe.

- Montar a caballo hasta decir basta.

- Ver a mi padre comerse una bandeja paisa y beber Presidente.

- Salir en bicicleta por el paraíso en apenas unos minutos de casa.

- Tener mi parte de América y de Europa.

- Bucear en barcos hundidos, con tiburones, visitar arrecifes y ver uno de los mares más hermosos del mundo.

- Dirigir un equipo humano de más de mil personas y que muchas de ellas aún me tengan cariño (o eso quiero pensar).

- Bañarme, literalmente, en el paraíso.

- Que mi compañera no tenga frío nunca más.

- Escribir cuatro novelas, tres de ellas ambientadas en Dominicana.

- Representar a República Dominicana en la Feria Internacional del Libro de Miami.

- Ver delfines y ballenas en libertad.

- Ayudar a que cientos de miles de turistas hayan disfrutado de este país.

- Aprender de gentes de mil lugares y de mil maneras diferentes de ver la vida.

- Conocer gente muy importante y ratificar que la clase no depende ni del cargo ni del dinero que se tenga.

- Presentar Anacaona en la Feria del Libro del Bronx, en Nueva York, de la mano de una gran amiga dominicana.

- Ir a tres conciertos de Juan Luis Guerra, uno de ellos casi en familia.

Y más, muchos más sueños cumplidos (algunos inconfesables) que de no haber tenido la infinita fortuna de caer en este pedacito de tierra en medio del mar y el cielo, como dice Juan Luis Guerra, jamás habría podido cumplir. 

Así que por todo esto y por mucho más, gracias República Dominicana, muchas gracias.


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